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Adolescencia y salud mental

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09/10/2023

La adolescencia es un periodo vital complejo y temido por los cambios que conlleva. El niño dulce y amable, siempre cálido con los padres, se convierte en una persona que ni es niño ni es adulto, con un cuerpo descompensado y conductas sorprendentes y un carácter muy cambiante. Es un momento de desarrollo cerebral y la edad de mayor riesgo de aparición de trastornos mentales.

Físicamente, los adolescentes experimentan el llamado estirón puberal, que conlleva cambios tanto internos como externos. El crecimiento en esta etapa vital es irregular y por eso los adolescentes, a veces, presentan apariencias poco armónicas, ya que, por ejemplo, puede crecer la nariz, pero no el resto de la cara, o ensancharse las caderas sin que haya crecido el pecho. Esto es el origen de muchos complejos y dificultades en la autoimagen.

La búsqueda de la identidad

El principal objetivo del crecimiento adolescente es buscar su propia identidad. Por esta razón encontramos la discordancia entre el rechazo y la distancia con la familia, pero al mismo tiempo una integración casi total con el grupo de personas que pasan por esta misma etapa. A menudo imitan formas de hablar, vestir y comportarse entre ellos. Todo esto entra dentro de la normalidad de esta búsqueda de identidad. Hasta ahora, los gustos, ideas y comportamientos han sido los de la familia. En la adolescencia toca moldear los propios y, a menudo, ejerciendo el radicalismo de hacer todo lo opuesto a lo que la familia había propuesto hasta ahora. Es lo que conocemos como formas desafiantes u opositoras, que parecen una provocación a los padres y que muchas veces no son más que ese distanciamiento para buscar límites y experimentar maneras alternativas a las aprendidas hasta ahora para encontrar las propias señas de identidad.

A pesar de comprender esta situación, esto no significa que los adultos deban contemplarlo sin hacer nada. Es el momento en el que los hijos están precisamente buscando límites y no ponerlos puede llevar a un proceso poco deseable de inmadurez emocional. Las emociones están y siempre estarán presentes, desde que nacemos hasta que morimos. La madurez consiste en saber modular y matizarlas, mostrarlas de manera poco agresiva y socialmente aceptable, sin herir a los demás. Por ejemplo: todos podemos comprender que un niño de 3 años se tire al suelo y haga una pataleta cuando, por ejemplo, su madre no quiere comprarle un dulce porque no toca, pero sería muy extraño ver a un estudiante universitario hacer lo mismo cuando suspende un examen o un adulto cuando no le suben el salario como esperaba. Los tres casos conllevan enfado, pero la manifestación es y debe ser muy diferente si ha habido un proceso madurativo adecuado. Solo en casos de trastornos mentales más o menos graves podemos encontrar una falta de regulación emocional, a veces grave.

Un momento clave para la aparición de los trastornos mentales

Hablando de salud mental, la adolescencia no es una enfermedad mental, pero sí un momento de desarrollo cerebral también. El cerebro crece, al igual que lo hacen las demás partes del cuerpo, y también de manera irregular. A menudo comienza a crecer el sistema límbico, que es donde residen las emociones, y la corteza prefrontal, que nos ayuda a controlarlas, matizarlas y expresarlas de manera civilizada, tarda un poco más. Esto lleva al adolescente a una conducta que los psicólogos llamamos "búsqueda de sensaciones". ¿Y qué es la búsqueda de sensaciones? Es la necesidad de buscar sensaciones más o menos fuertes para satisfacer la demanda de un cerebro eminentemente emocional y en pleno desorden hormonal. Las hormonas, al llegar al cerebro, se "visten" de neurotransmisores y son responsables muchas veces de cambios en el estado de ánimo. La adolescencia es el proceso de nuevas ráfagas hormonales, que implican llantos y risas sin razón o motivo, enfado y, a veces, agresividad exagerada, y muchas otras cosas.

Tenemos, entonces, un cóctel explosivo: alejamiento y provocación a la familia, integración, mimetismo y lealtad incondicional al grupo, búsqueda de los propios límites, hormonas experimentando con el adolescente, y búsqueda de sensaciones fuertes. ¿Qué conlleva esto? La búsqueda de riesgos. El adolescente necesita someterse a conductas de riesgo porque su cerebro "emocional" se lo pide, porque quiere hacer cosas que impliquen peligro para provocar, porque todo el grupo lo hace, para exhibirse y mostrar que es valiente. Así, los adolescentes se retan entre ellos, se comparan y se desafían a riesgos, a menudo no deseados, porque hay casos de vidas dañadas por una travesura adolescente. Todos hemos visto adolescentes saltando desde rocas cada vez más altas en la playa, lanzándose de cabeza con riesgo de fractura medular, o aquellos que se tumbaban en las vías del tren y ganaba el último que se levantaba, con consecuencias a veces fatales, o incluso los adolescentes que se apretaban un pañuelo de seda al cuello, a ver quién apretaba más, con resultado de asfixia en algunos casos... Como estos hay muchos ejemplos, incluyendo decisiones tomadas bajo este momento emocionalmente complejo, como abandonar los estudios, entre otros.

Es cierto que al final de la adolescencia todo esto se va equilibrando, pero también es la edad de mayor riesgo de aparición de trastornos mentales, que probablemente ya están en el espectro genético de la persona, pero con un reloj muy claro que se activa en esta etapa. Es importante diferenciar claramente esto de los comportamientos que hemos estado explicando. Asimismo, los adolescentes, debido a sus contradicciones y cambios emocionales, sienten más a menudo que no se les comprende, y manifiestan de manera más o menos explícita ideas suicidas. Hay que tener cuidado, porque, como decimos, es el momento de aparición de ciertas patologías mentales y no siempre es una frase que el chico o chica esté diciendo de manera provocativa; puede ser importante estar alerta. Por parte de los adultos, un exceso de dureza puede llevar a comportamientos desafiantes, hostiles, rechazo, y aislamiento, y a promover más conductas de riesgo. Sin embargo, por otro lado, un exceso de apertura y no establecer límites, lleva a evitar la maduración cerebral, el control adecuado y civilizado de las emociones y el matiz de las mismas.

Poner límites y razonar

Es importante establecer límites, cualesquiera que sean, pero es lo que el adolescente, de una manera un poco extraña, está reclamando. No son pocos los casos de padres que han creído que lo mejor era dejarles hacer todo lo que quisieran con consecuencias no siempre deseables. Vivimos en un mundo donde debemos convivir y hay que enseñarles empatía, con calma y ejemplos, ya que son extremadamente egocéntricos (que no egoístas, o no siempre). No debemos temer la palabra prohibir. Hay cosas que no se pueden hacer, no pasa nada, pero es necesario razonar más que nunca, explicar el porqué y mostrar que nosotros, los adultos, tampoco hacemos lo que queremos. Explicar cuando nos han herido o dicho cosas inapropiadas, expresando cómo nos hemos sentido también puede ayudar. Y siempre que se prevea alguna "quedada" para llevar a cabo algunas conductas de riesgo, intentar explicar qué puede pasar, si conviene con ejemplos.

Quiero concluir diciendo que la adolescencia es muy cultural, y hay culturas donde esta etapa vital no existe porque se pasa de niño a adulto. En el caso de occidente, la adolescencia se está alargando porque cada vez hay más dificultades para lograr la autonomía económica o una vivienda propia, por ejemplo, pero también por una falta de límites y una evitación excesiva de la frustración por parte de los adultos. Algo así como "a mí no me dejaron hacer esto. Que mi hijo haga lo que quiera", que puede ser comprensible, pero no siempre deseable.

No es que haya más trastornos mentales, es que debido a todo esto, les cuesta más madurar, controlar las emociones y soportar la frustración, y una explosión emocional puede parecerse mucho a un trastorno mental. Ante la duda, es mejor consultar a un profesional. Es una época muy hermosa y terrible al mismo tiempo, hay que acompañarles, extendiendo un poco la cuerda, pero no soltándoles del todo. La adolescencia no es una enfermedad mental, pero es una época de riesgo porque pueden surgir algunos comportamientos poco adecuados que pueden perdurar si no ponemos un poco de nuestra parte.

Tània Estapé, psicóloga y docente de la Facultad de Ciencias de la Salud de Manresa


 

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